08/11/2015
Marcos (12,38-44):
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la
gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje
y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las
sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las
viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más
rigurosa.»
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las
ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en
cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que
esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los
demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado
todo lo que tenía para vivir.»
Reflexión:
“Dio todo lo que tenía” nos dice el Evangelio, eso puede ser semejante a otra
expresión: dejarlo todo por Cristo.
Dejarlo todo por Cristo no quiere decir abandonar nuestras posesiones y amigos
para irnos de peregrinos, ni que debemos partir con todas nuestras posesiones
para poder ser discípulos de Cristo. Renunciar a todo lo que poseemos, tampoco
es una especie de intercambio, te doy todo lo mío a cambio de la vida eterna.
Renunciar a todo lo que poseemos por Cristo, implica un cambio radical de
corazón.
Abandonar todo por Cristo te pide inevitablemente dejar el principio de ser
dueño de ti mismo. Bueno, no es fácil salir de nosotros, desdoblarnos. Pero es
un criterio racional para tu comportamiento. En definitiva es el “amar a Dios
sobre todas las cosas”.
Dejarlo todo por Cristo es tu completa rendición ante El. Nuestros Criterios
son sus Criterios. Nuestros planes son Sus Planes. Hasta poder llegar a decir
con S. Pablo que mi vida es Su Vida (Gal 2,20).
Es la abnegación. El sacrificio que alguien hace de su voluntad, de sus afectos
o de sus intereses por motivos religiosos o de altruismo.
La abnegación implica enfrentarse al egoísmo. Se centra en dar, en lugar de
tener. La persona renuncia a algo para asistir al prójimo lo hace con libertad
y sin ninguna obligación; por lo tanto en esa negación existe una
elección personal que genera gozo y satisfacción.
En definitiva es obra de Dios, de su gracia que infunde en nosotros ese Amor a
Dios.
Lo contrario es ser un fariseo.
Como dice P. Cantalamessa: “¡Fariseos en la vida y publicanos en el
templo! Como el fariseo, intentemos no ser en la vida ladrones e injustos,
procuremos observar los mandamientos y pagar las tasas; como el publicano,
reconozcamos, cuando estamos en presencia de Dios, que lo poco que hemos hecho
es todo don suyo, e imploremos, para nosotros y para todos, su misericordia”.
Evangelio
comentado por D. Antonio Escudero,
Consiliario del Movimiento de Cursillos de
Cristiandad de la Diócesis de Albacete