Hoy, el Evangelio nos invita a
contemplar la fe de este leproso. Sabemos que, en tiempos de Jesús, los
leprosos estaban marginados socialmente y considerados impuros. La curación del
leproso es, anticipadamente, una visión de la salvación propuesta por Jesús a
todos, y una llamada a abrirle nuestro corazón para que Él lo transforme.
La sucesión de los hechos es clara.
Primero, el leproso pide la curación y profesa su fe: «Si quieres, puedes
limpiarme» (Mc 1,40). En segundo lugar, Jesús -que literalmente se rinde ante
nuestra fe- lo cura («Quiero, queda limpio»), y le pide seguir lo que la ley
prescribe, a la vez que le pide silencio. Pero, finalmente, el leproso se
siente impulsado a «pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia» (Mc 1,45).
En cierta manera desobedece a la última indicación de Jesús, pero el encuentro
con el Salvador le provoca un sentimiento que la boca no puede callar.
Nuestra vida se parece a la del
leproso. A veces vivimos, por el pecado, separados de Dios y de la comunidad.
Pero este Evangelio nos anima ofreciéndonos un modelo: profesar nuestra fe
íntegra en Jesús, abrirle totalmente nuestro corazón, y una vez curados por el
Espíritu, ir a todas partes a proclamar que nos hemos encontrado con el Señor.
Éste es el efecto del sacramento de la Reconciliación, el sacramento de la
alegría.
Como bien afirma san Anselmo: «El alma
debe olvidarse de ella misma y permanecer totalmente en Jesucristo, que ha
muerto para hacernos morir al pecado, y ha resucitado para hacernos resucitar
para las obras de justicia». Jesús quiere que recorramos el camino con Él,
quiere curarnos. ¿Cómo respondemos? Hemos de ir a encontrarlo con la humildad
del leproso y dejar que Él nos ayude a rechazar el pecado para vivir su
Justicia.
Fuente: Rev. D. Ferran Jarabo i Carbonell. Evangeli.net