«Sólo en comunión fructifica el carisma» EG 130
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 25 de octubre de 2006
Pablo
perfil del hombre y del apóstol
Queridos
hermanos y hermanas:
…
Para Pablo fue decisivo conocer a la comunidad de
quienes se declaraban discípulos de Jesús. Por ellos tuvo noticia de una nueva
fe, un nuevo "camino", como se decía, que no ponía en el centro la
Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le
atribuía el perdón de los pecados. Como judío celoso, consideraba este mensaje
inaceptable, más aún, escandaloso, y por eso sintió el deber de perseguir a los
discípulos de Cristo incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino
hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue
"alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3, 12).
Mientras san Lucas cuenta el hecho con abundancia
de detalles -la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando
radicalmente toda su vida-, él en sus cartas va a lo esencial y no habla sólo
de una visión (cf. 1 Co 9, 1), sino también de una iluminación (cf. 2
Co 4, 6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con
el Resucitado (cf. Ga 1, 15-16). De hecho, se definirá explícitamente
"apóstol por vocación" (cf. Rm 1, 1; 1 Co 1, 1) o
"apóstol por voluntad de Dios" (2 Co 1, 1; Ef 1, 1; Col
1, 1), como para subrayar que su conversión no fue resultado de pensamientos o
reflexiones, sino fruto de una intervención divina, de una gracia divina
imprevisible. A partir de entonces, todo lo que antes tenía valor para él se
convirtió paradójicamente, según sus palabras, en pérdida y basura (cf. Flp
3, 7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo
de Jesucristo y de su Evangelio. Desde entonces su vida fue la de un apóstol
deseoso de "hacerse todo a todos" (1 Co 9, 22) sin reservas.
De aquí
se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es
poner en el centro de nuestra vida a Jesucristo, de manera que nuestra
identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, por la comunión con
Cristo y con su palabra. A su luz, cualquier otro valor se recupera y a la vez
se purifica de posibles escorias…
…Es
evidente que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, a veces
desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto ante la que
ningún límite podía considerarse insuperable. Para san Pablo, como sabemos,
esta razón es Jesucristo, de quien escribe: "El amor de Cristo nos
apremia al pensar que (...) murió por todos, para que ya no vivan para sí los
que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Co
5, 14-15), por nosotros, por todos.
…Que el
Señor nos ayude a poner en práctica la exhortación que nos dejó el apóstol en
sus cartas: "Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo"
(1 Co 11, 1).
(Hch 9, 1-19)
Saulo, que todavía respiraba
amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo
Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer
encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara,
hombres o mujeres.
Y mientras iba caminando, al
acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con
su resplandor.
Y cayendo en tierra, oyó una
voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?».
El preguntó: «¿Quién
eres tú Señor?». «Yo soy Jesús, a quien tú
persigues, le respondió la voz.
Ahora
levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer».
Los que lo acompañaban
quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie.
Saulo se levantó del suelo
y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo
llevaron a Damasco.
Allí estuvo tres días sin
ver, y sin comer ni beber.
Vivía entonces en Damasco un
discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en una visión: «¡Ananías!». El respondió: «Aquí estoy, Señor».
El Señor le dijo: «Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a
un tal Saulo de Tarso.
El está orando
y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía
las manos para devolverle la vista».
Ananías respondió: «Señor,
oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a tus santos en Jerusalén.
Y ahora está aquí con plenos poderes de los
jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre».
El Señor le respondió: «Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí
para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel.
Yo le haré ver
cuánto tendrá que padecer por mi Nombre».
Ananías fue a la casa, le
impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, el
Señor Jesús –el mismo que se te apareció en
el camino– me envió a ti para que recobres
la vista y quedes lleno del Espíritu Santo».
En ese momento, cayeron de
sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado.
Después comió algo y recobró
sus fuerzas. Saulo permaneció algunos días con los discípulos que vivían en
Damasco, y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de
Dios.
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